Por Jorge Llano
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Juan
Carlos y Sofía llevan siete años de casados y, como la mayoría de las
relaciones de pareja modernas, la suya se asemeja a una montaña rusa que se
mueve entre momentos de extrema felicidad y profundas desilusiones con respecto
a lo que pensaban que sería el matrimonio: eso de “y vivieron felices” no
sucede en realidad.
Hoy,
ellos están sentados cada uno en un extremo de su cama matrimonial, con una
expresión en la que se mezclan tintes de rabia, culpa y tristeza. En la pelea
de hoy se han dicho más de lo debido, se han reprochado en exceso, se han
recriminado sin medida, y sus dos corazones están “tirados en la lona” sin
muchas fuerzas para levantarse, pero lo que es peor, sin opciones para sanar
una relación golpeada y herida.
Muchos
se olvidan de la fragilidad del vínculo y obvian el poder de las palabras, las
actitudes, los gestos y las miradas, y los lanzan uno tras otro como dardos
envenenados que van enfermando el amor.
¿Quién
no recuerda una frase agresiva y violenta de su pareja en medio de una pelea,
que aún le es imposible borrar de su disco duro? ¿Cuántas mujeres han sido
víctimas de una “leve zarandeada” de su marido y no pueden perdonarlo? ¿Cuántos
recuerdan aún esa mirada de odio que su “amorcito” le mandó en medio de una
discusión? ¿Cuántos han sentido que entregan sin medida, mientras el otro se
pasa la vida haciendo zapping frente al televisor sin ninguna intención de
alimentar esto que es de los dos? Y qué decir de la sexualidad. ¿Cuántas
insinuaciones han sido ignoradas y respondidas con un fuerte ronquido por el
compañero de cama?
Los
síntomas de la enfermedad
La
pareja experimenta, al igual que quienes la componen, episodios de tristeza,
depresiones, fatigas, estancamientos, rabia y hastío, más un sinnúmero de
emociones que, mal manejadas –o aún peor, ignoradas–, pueden derivar en una
confrontación sin tregua, la agonía de un amor que en principio parecía
florecer.
Olvidamos
que la relación está viva como las personas, y que también se enferma, a veces
de dolores pasajeros, a veces de dolores fulminantes, o a veces de dolores
crónicos que ni siquiera terminan en la muerte pero que sí deterioran la
calidad de vida hasta niveles inimaginables.
Cuando
la relación se convierte en una patología crónica, sus dos miembros comparten no
un vínculo tierno y tibio, sino una condena. Es típico encontrar en terapia a
mujeres y hombres que se acercan con un profundo agotamiento de su amor,
incluso con una palidez física que corresponde a este desgano o enfermedad.
Personas que están atadas a vínculos débiles y que temen romperlos porque creen
que tienen una posibilidad de restablecerlo –aunque hacen poco por
conseguirlo–, o porque tienen un profundo temor a la soledad.
¿Es
su relación una enfermedad crónica?
Si
usted es una de ellas, busque a toda costa remediarlo. Con una idea humana y
real del amor, haga un diagnóstico. Sin embargo, no trate de calificar la
enfermedad de su relación a partir de modelos utópicos de pareja, esos sólo
existen en los cuentos infantiles. Mírela con su verdad: ¿Es feliz? ¿Su pareja
es feliz? Acepte la crisis y póngase a trabajar; primero solo, después es muy
posible que su pareja se contagie y encuentren caminos de convergencia.
Alégrese
de que su pareja no es perfecta, es una señal de vida. Las parejas sin crisis
parecen vinculadas por el formol, no por el amor. Acepte la crisis como señal
indiscutible de crecimiento. Reconocer la crisis es también identificar qué de
esto me corresponde, más allá del juego de víctima y victimario. La curación
emerge cuando hay una verdadera reflexión, una reflexión adulta que convierta
la responsabilidad mutua en una dinámica. Sea humilde. Rendirse es el camino de
la entrega. Para permitir que el amor ocupe su lugar, sane la relación.
Rompa el silencio
Vuelva
a la comunicación, escoja las peleas, busque espacios y maneras creativas,
siempre referenciándose por el aquí y por el ahora, no por la viejas cuentas de
cobro. No importa cuánto tiempo lleve en la negación, en la lavada de manos, en
el yo no soy. Acérquese. En la cama, toque los pies de su pareja como si fuera
un accidente, carraspee, haga ruidos hasta que usted o el otro diga la frase
balsámica: “Necesitamos hablar”. Trabaje la aceptación.
Resuelva su pasado
Muchas
veces el vínculo es muy frágil, es apenas un pequeño hilo que los une, y no
soporta un jalón más. No cargue de allí ese equipaje tan pesado que trae con su
historia o con la de su propia relación. Por ejemplo, trabaje la confianza, si
no puede confiar en su pareja, primero pregúntese si confía en usted mismo.
Muy
pocos problemas son de pareja, casi siempre son temas personales proyectados en
la pareja, situaciones viejas que se reviven una y otra vez como oportunidad de
resolverlas, a través de la pareja, pero no pertenecen a ella. ¡Busque ayuda
para eso!
Haga
un nuevo contrato
A
veces lo que está por morir y está grave, es el viejo contrato de pareja, ese
que se hizo cuando todo empezó. Muchos establecieron el vínculo desde las
necesidades de ese momento de vida, desde la euforia del enamoramiento, desde
las carencias o momentos inmaduros, en donde lo que uno daba servía al otro y
el equilibrio y contrato era no crecer; ser como antes, como siempre lo que los
hacía felices hoy ya no alcanza, esto es aceptar que se ha crecido y que se ha
mudado de metas, intereses y maneras de ver el mundo, lo que necesitan es
actualizarse, dejar morir el viejo modelo y confiar que oculto y profundo
subyace el verdadero vínculo, la fuerza serena e impasible del amor bueno y
trascendente.
No
alimente el ego, sánese
La
pareja necesita ser sanada, atendida, protegida de nuestra propia locura y
desamor, es muy importante identificar las señales de alarma, detrás de las
pequeñas fricciones y malestares puede esconderse una importante enfermedad
estructural que tiene que ver con la confianza, la entrega, el proyecto de vida
de cada quien, la concepción de lo erótico, adicciones, etc. Recuerde que sanar
la pareja es perder privilegios, y ceder es conectarse con lo trascendente y
levantar el nivel de relación, quitándoles significancia a los protagonismos del
ego, y las pataletas y tiranías de la personalidad. Pregúntese si de verdad
usted quiere ayudar a curar la pareja o sólo está esperando una coartada para
poderse separar.
La
sanación da comienzo cuando desde la adultez cada uno se reconoce en el espejo
de los ojos del otro y se rinde, se entrega y se deja vencer por el amor, no
por el ego.